Capítulo 1: Ensayos Narrativos

Dedicado a presentar los dos comienzos de la obra de Ospina: sus obras iniciales —cine noir, videocollage, apropiaciones pop—  y la resurrección que tuvo tras  asumir al video como técnica privilegiada de trabajo. 
Se complementa con un examen de su teoría visual vía postproducción.

Tres acid tests

Luis Ospina
Carta a Sebastián Ospina
1 de marzo de 1970

Al ingresar a su tercer año de estudios, Luis Ospina debió hacer una película. Presentó «Acto de fe», cortometraje que produjo con la ayuda de unos pocos buenos amigos (gringos). 

Esta obra puede ser entendida en términos argumentales, como reminiscencia de una anécdota del realizador cuando vivía en Cali (donde un amigo suyo, adinerado y loco, se hizo matar en medio de una balacera con la policía), junto con su actualización con hechos similares (ciudadano de bien sale armado a matar a todo el mundo) en los Estados Unidos.

De otro lado, a pesar de que había empezado a realizar sus primeros ensayos en propiedad, Ospina no se sentía tan seguro de su trabajo. En una carta que escribiera a su hermano Sebastián poco antes de iniciar el rodaje, declaraba: 

«Hacer esta película va a ser el acid test para mí. Siempre he dudado de si soy capaz de hacer cine; entre más veo cine más crece mi duda y más temo el fracaso. Nadie comienza a hacer una película mala, nadie tiene esa intención, pero lo que cuenta es lo que la gente va a ver en la pantalla, gente que nunca se imagina todo el trabajo y el esfuerzo metido en la producción.»

Pero luego se convencía a sí mismo de que para evitar «todos los clichés que aparecen en las películas que se ven todos los días» lo mejor sería compartir su proyecto con varias personas. Lo hizo y superó pronto la indecisión:

«al final de cuentas, todo es como dice [Louis] Satchmo [Armstrong]: Its not what you do, its how you do it […]CINEMATOGRAFÍA O MUERTE, ¡VENCEREMOS!”»

«Acto de fe» fue la primera película de Luis Ospina. Consistía en la adaptación del cuento «Eróstrato» de Jean Paul Sartre, en medio de una Los Ángeles repleta de personas ajenas al drama del personaje principal mientras se retorcía en soledad.

Elaborada como un juicio existencialista en contra de la suficiencia de la sociedad de consumo, comenzaba con la toma en picado de un cruce peatonal y el monólogo del protagonista mirando desde un piso alto mientras decidía tomar las riendas de su destino comprando un revólver y optar por la agresión indiscriminada.

«… titulado “Autorretrato (dormido)” […] se constituyó en todo un reto, pues trataba de lograr una película que se hiciera sola: [Ospina] colocó la cámara –funcionando de manera automática–, enfocó una cama y se acostó a dormir. La cámara registró un tiempo real de 10 horas de sueño. Pero la película, filmando un fotograma cada 10 segundos y proyectada a 24 cuadros por segundo, dura solamente 3 minutos. Obviamente, ni tiene texto ni tiene música y, como afirma su autor, “escasamente tiene director”.»

Patricia Ardila, 1983

«Después vino lo de «El Bombardeo de Washington», una película de un minuto que fue presentada como trabajo para un taller de diseño y montaje que [Ospina] cursaba en la universidad. En esta oportunidad decidió valerse de unos retazos de otras películas que alguna vez se encontró en una buhardilla de una casa vieja en Los Ángeles, escenas de la Segunda Guerra Mundial, de la guerra de Corea, restos de documentales sobre Washington, algo así como ‘el objeto encontrado del surrealismo que se convierte en obra de arte’. Procedió entonces a crear la ficción de que a la capital norteamericana la bombardeaban, empalmando las escenas de los diversos materiales hallados. A esta ilusión fílmica la acompañó de fondo «La Consagración de la Primavera, de Stravinski».».

Patricia Ardila, 1983

Deriva 1: Collage de pantallas

Ospina comenzó a emplear el video en sus películas atendiendo los intereses que deseaba resolver en cada situación. Por ejemplo, en «Pura sangre» construyó algunas escenas utilizando la variedad de formatos para introducir reflexiones de talante sociocultural. Como la incapacidad del protagonista para mantener relaciones de cercanía con sus congéneres, teniendo que resolver su dependencia de afecto y cuidado mediante la intervención de pantallas.

Igual que hoy.

Deriva 2: Videocollage con imagen propia

En realidad, «Ojo y vista, peligra la vida del artista» comienza en este segmento de «Agarrando pueblo», donde precisamente se estaba intentando subrayar el doble interés que había venido conduciendo la película: mostrar las intenciones del documental «¿El futuro para quién?» al tiempo que se jugaba con la atención de quien observase el film: mientras se concentra la mirada del espectador en el acto de Dudman Murillo, se introduce una claqueta como recurso narrativo para marcar la verdadera crítica del proyecto. En ella aparece un nombre que luego será recuperado por Ospina en su filmografía: como productor del proyecto figura el industrial azucarero y vampiro involuntario Roberto Hurtado, protagonista del argumental «Pura sangre», estrenado cuatro años después.

«Ojo y vista, peligra la vida del artista» «es una reflexión sobre la película que rodé 10 años antes, “Agarrando pueblo”. Sólo que esta vez el personaje que apareció como objeto en la anterior se convirtió en el sujeto. A partir de su primera visión de Agarrando pueblo, Dudman Adolfo Murillo, más conocido como el “Fakir caleño”, nos da sus opiniones sobre la televisión, la política, la economía, los desaparecidos y el cine.»

Luis Ospina, 1993.

A medida que relata su biografía intelectual en «Ojo y vista, peligra la vida del artista», Dudman Murillo va enumerando las películas de que había hecho parte hasta ese momento. Cuando se refiere a «Agarrando pueblo», Ospina intercala su narración con tomas de la película inicial y emplea la claqueta como dispositivo narrativo —esta vez a color y en pantalla dividida—, para darle entrada a un monólogo donde Murillo destaca la calidad de su trabajo como artista con una alta capacidad de improvisación.

Deriva 3: Videocollage con imagen propia (y ajena)

La Sociedad de Artistas y Trabajadores Unidos para la Liberación Eterna (S.A.T.U.P.L.E.), fue un acrónimo que apareció por primera vez en el universo ospiniano para denominar a la casa productora de «Agarrando pueblo».

Sin embargo, en este fragmento de «Un tigre de papel», es recuperado como apodo de Pedro Manrique Figueroa y como nombre de la firma que produjera idealmente el proyecto de «El bombardeo a Washington», corto experimental que Ospina había realizado en 1972.

Por supuesto, el director no perdió la oportunidad de jugar con la idea de que «El bombardeo a Washington» era una película «desaparecida», para exhibirla «de nuevo» en medio del relato.

Para explorar la intimidad del malogrado crítico Andrés Caicedo y a partir de allí su amor por el cine —como otro amigo más—, Ospina implementó una delicada coreografía de material audiovisual producido con objetivos distintos.

En el epílogo de «Todo comenzó por el fin» Ospina alcanza de nuevo las cumbres formales de «Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos» y «Un tigre de papel». En este caso, intercaló películas de divulgación científica de mediados del siglo pasado, noticieros, video capturado con celular, video promocional, biopsias y obra propia, para ilustrar la situación que estaba enfrentando en esa etapa de su vida.

Humor, preocupación, paranoia y UCIs, terminaron siendo un homenaje a «El pobre Lara», un proyecto que jamás pudo realizar y que, precisamente, empezaba, como el bolero de cierre de esta sección, y de esta película, y de todo en la vida, «por la palabra fin».

Corolario: Performances de duración

«Fotofijaciones: retrato hablado de Eduardo Carvajal» fue un regalo de cumpleaños que Ospina le hiciera a Eduardo Carvajal y que sirvió de contexto para la exposición de éste último en la Sociedad de Mejoras Públicas durante el IV Festival Internacional de Arte de Cali, en 1989.

Formalmente consiste en un monólogo grabado bajo una de las premisas que Ospina se había impuesto como realizador: retarse a grabar todo el material de la obra en un mismo día.

«Agobiado con la realidad de mi ciudad y con la realidad de la muerte, me fui para Bogotá a tomar un taller con el director Raoul Ruiz, a quien había conocido años atrás en París. Prestidigitador cinematográfico por excelencia, Raoul nos cautivó a todos con su sabiduría y su generosidad, a tal punto que no sentí ningún reparo al proponerle que pasáramos en el taller de la teoría a la práctica. El resultado fue un video de ficción, grabado en dos días y en ¾ de pulgada, que codirigimos con el título de «Capítulo 66″ (1993), un episodio de una telenovela gótica grabada por dos directores como si fuera un cadáver exquisito, escrito sorbe la marcha y desconociendo el principio y el final.»

Luis Ospina, 2003

“Después de haber recorrido con mi cámara todo el país en busca del mal gusto, en el montaje final eliminé todas estas tomas de apoyo, para remontarme al discurso de los clásicos, es decir, a los griegos, y dejar sólo los diálogos alrededor del gusto de diferentes personalidades de la cultura colombiana. Este ensayo documental fue una especie de harakiri cinematográfico de más de dos horas de cabezas parlantes, que se llamó «Mucho gusto» (1996) y que quería interpretar todos los significados del gusto en Colombia después del narcotráfico. El documental nunca fue emitido por la televisión y tuvo una sola exhibición pública en la Cinemateca Distrital de Bogotá, en la que le hice una encerrona al público. Aprovechando que afuera llovía a cántaros y previendo que más de un espectador iba a abandonar la sala, decidí colocar en el lobby un gran televisor en simultánea con el videobeam de la sala para tener un público cautivo, atrapado sin salida. El video como venganza.”

Luis Ospina, 2003